Articulo de Alejandro Sánchez Moreno.
Pues sí. Cien años son cien años, y eso no es baladí. Las fechas redondas siempre han resultado atractivas, y dentro de ellas un centenario es algo así como el campeón de las efemérides. Cuando lo que se conmemora además es un hito histórico que ha marcado para siempre la Historia, pues la cosa como que se pone seria. Por eso esperaba mucho del centenario de la Revolución Soviética desde luego, pero la sorpresa ha sido mayúscula al final, pues lo que yo aguardaba era la proliferación de estudios, análisis, simposios y congresos analizando el qué, el cómo y el porqué de aquel fenómeno. Pero no. Resulta que lo que me he encontrado ha sido bien distinto, y es que aunque el tema parece haber sido olvidado en el entorno académico, en los círculos postcomunistas ha servido para resucitar a un viejo fantasma que muchos daban por muerto. Sí. Me refiero a ese fantasma que un día recorrió el planeta para ser guía y modelo de los partidos obreros, y que de repente se evaporó sin más. Ese fantasma que conocimos como leninismo.
Que nadie me malinterprete. No tengo nada en contra de la doctrina leninista sino más bien lo contrario. La Revolución Soviética habrá cumplido cien años, pero yo en mayo hago veinte como militante leninista en un partido que no lo es. Y eso no ha sido fácil la verdad. Milito en un partido que abandonó esa definición ideológica allá por 1978, haciéndose abanderado de las corrientes eurocomunistas que cuestionaban la teoría del estado y el modelo de organización leninistas en nombre de la modernidad. En realidad fue el debate de siempre. Vamos que lo que se planteaba era la eterna dicotomía de la izquierda entre reforma y revolución. Y aunque los carrillistas fueron derrotados, el eurocomunismo dejó bien impregnada su metástasis en una organización que ha vivido todos estos años en la contradicción de mantener un discurso revolucionario y unas prácticas reformistas, y que ha hecho al PCE conformarse con sobrevivir como la izquierda del régimen que afirma paradójicamente combatir.
Los años democráticos no han sido un camino de rosas para el PCE, más cuando tras la caída de la URSS el partido se autocondenó a la segunda clandestinidad, cediendo todas sus competencias en una Izquierda Unida que poco a poco fue debilitándose en su espacio electoral. El sistema supo engañarnos bien, y a pesar de que nos seguíamos declarando comunistas, en los años de crecimiento económico Lenin dejó de tener sentido mientras confundíamos riqueza con endeudamiento. El leninismo desapareció del debate, y aunque algunos nos desgañitábamos recordando aquello de que las condiciones objetivas iban a darse más temprano que tarde pillándonos con las condiciones subjetivas en babia, nadie nos escuchó. Incluso puedo recordar a un ex secretario general -que ahora se presenta como leninista desde siempre-, insultarnos a mí y a otros compañeros en un Congreso, por atrevernos a plantear la recuperación de Lenin para el partido.
Era así. Lenin sobraba. Y no sólo por su modelo organizativo, que de poco sirve a una organización que hizo de las elecciones su actividad principal. Lo que sobraba en verdad era su discurso claramente rupturista, en una época en que la izquierda comunista se había rendido, y se había acostumbrado a convivir con el capitalismo como un mal menor. Los cuadros de Marx, Fidel o el Ché estaban bien en las sedes y en alguna fiesta, pero con eso era suficiente. Porque el muro se nos había caído encima, y además los obreros no querían saber nada de unos aguafiestas que les decían que el sistema estaba condenado por las contradicciones que generaba. Y como ellos no nos escuchaban, pues claro, nosotros aprendimos a callarnos.
En nuestro afán por superar a Lenin nos olvidamos de una de sus grandes enseñanzas, la de las ya citadas condiciones objetivas y subjetivas necesarias para que una revolución pueda triunfar. Esa teoría, que el gran ideólogo ruso elaboró en la práctica en su lucha contra los oportunistas de la II Internacional y el menchevismo, defendía la existencia de unos factores objetivos para que se dieran las condiciones necesarias para la revolución. Estos, que eran fruto del propio proceso histórico, eran independientes a la voluntad humana, y surgirían de las propias contradicciones del sistema que al hundir las condiciones de vida de las clases no privilegiadas, haría que estas estuvieran dispuestas a dar un paso adelante en el cambio social. Por supuesto que ese cambio no puede darse mecánicamente, como bien vio Lenin en las experiencias de 1905 y febrero de 1917, ya que también hacían falta unas condiciones subjetivas capaces de organizar y dirigir ese descontento al triunfo de la revolución. Un partido bien organizado y de vanguardia, pertrechado ideológicamente, era pues la mejor garantía para que ese factor subjetivo acabase produciendo esa revolución que es deber inalienable para todo comunista.
El PCE dejó de creer en que las condiciones objetivas que prometía el marxismo llegarían algún día. Y cuando estas aparecieron cuando el sueño capitalista se convirtió en pesadilla en 2007 con la gran crisis, y la gente empezó a salir a la calle dispuesta a mucho más de lo que hubiéramos llegado a imaginar, el partido no supo crear los factores subjetivos. Así, a pesar de que tanto el PCE como IU crecieron en influencia y votos por inercia, se negaron a cuestionar el sistema que estaba siendo puesto en entredicho por la gente, gente que adelantó a los comunistas por la izquierda, identificando al enemigo sin un plan claro para derribarlo. Se llenaron las calles y plazas de España de indignación, y los comunistas, en vez de aprovechar esa situación para acumular fuerzas en una gran alianza interclasista para hacer triunfar una hipotética revolución democrática, empezaron a desconfiar de todo aquello. Así, mientras llamaban a la rebelión en su discurso, los máximos responsables del PCE apostaron por seguir siendo izquierda del régimen, y si había que ayudar a salvarlo aprobando recortes en gobiernos como el andaluz, se hacía y punto, pues esto era obligado por instancias superiores, instancias que no se tenía intención de enfrentar a pesar de la insistencia con la que llamaban a su gobierno como “de resistencia”.
Pero las condiciones objetivas no duran para siempre. Sin condiciones subjetivas la gente acaba conformándose, y así de repente el sistema que parecía iba a explosionar, se calmó. El PCE salió herido de muerte de una situación que en teoría debía haberle beneficiado, y aunque muchos de sus militantes y cuadros intermedios habían aprendido la lección, la dirección corrió un tupido velo y se mantuvo en el poder sin ni siquiera tener necesidad de hacer autocrítica. Llegaba el XX Congreso y los responsables de todo esto supieron brillantemente mantenerse en sus puestos, evitando que este cónclave eligiese nueva dirección, escudándose en la idea de que era necesario hablar de política y no de nombres. Así, cuando el debate se dio, y las posturas rupturistas triunfaron (propuesta de salida de la UE, recuperación de todas las atribuciones como partido,…) frente a las defendidas por la dirección, se dio la paradoja de que los mismos dirigentes que habían defendido las posturas reformistas, quedaron en la dirección encargados de hacer cumplir decisiones rupturistas que no compartían.
Por supuesto que los acuerdos de la primera fase del Congreso, ni se cumplieron ni se tuvieron intención de cumplir, pero ahora que llega la segunda y sí que se va a tener que elegir a una nueva dirección, de repente los gerifaltes del PCE parecen haberse transformado mágicamente: ¡Han visto la luz como San Pablo al caer del caballo y se han transformado en leninistas! Sí. Ahora los mismos que atacaron sistemáticamente en cada Congreso el leninismo plantean abiertamente la necesidad de crear una estructura leninista. Y así, no sabemos si devueltos a la ortodoxia por el centenario, por la realidad, o más bien por el instinto de supervivencia, todo el mundo es leninista. Y se habla de células, y de revoluciones; de centralismo democrático y de ruptura; y en definitiva de todo lo que haga falta para demostrar que somos leninistas de toda la vida, a ver si así se olvida cuál ha sido nuestra trayectoria hasta ahora.
El Lenin que nos ofrecen es sin embargo un Lenin adulterado, y desprovisto de todo su contenido revolucionario. Pues mientras se reivindica folclóricamente su figura, se sigue cayendo una y otra vez en los mismos errores políticos, ideológicos y organizativos. Errores que a veces no son más que fruto de los malabarismos que los miembros del aparato del PCE realizan continuamente para garantizar los puestos de los que llevan gozando décadas, y de los que no tienen intención de renunciar sin más. Mientras, los comunistas y las comunistas leninistas de siempre y no de modas, seguimos esperando la oportunidad para que el partido resucite y cumpla la misión histórica para la que fue fundado; una misión difícil sin duda, pero que otros ya cumplieron hace cien años demostrándonos con la materialización de la utopía que sí que era posible tumbar al capitalismo. Esperemos que a esta sí podamos recuperar al partido revolucionario que perdimos, porque el tiempo se acaba, y la Historia no nos va a esperar.
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