Ex portavoz federal de Izquierda Unida
Así, en presente de indicativo, quién es, porque para nosotros, los que luchamos por un tiempo diferente, Marcos Ana es un referente de muerte imposible.
Tras más de dos décadas en la cárcel, a pesar de la imagen de monstruo que sobre él se había fabricado, un vecino del barrio le dijo un día a Marcos que él mismo, que nunca había estado en política, se apuntaría al partido si todos los comunistas fueran como él. Simplemente le había seguido, observado, en su trayectoria como vecino, como activista de la cercanía. Quizás Marcos no aceptó lo que podía parecer una lisonja, porque lo suyo no era una imagen comercial envasada al vacío. O quizás entendió algo sobre los nuevos liderazgos sociales. A veces lo refirió en algún acto público: la necesidad, de cara a la juventud, y a la gran mayoría, a la que igualmente se refería Blas de Otero, de apearse de pedestales y poner en el sitio adecuado los discursos políticos “normales”, que a veces recuerdan una especie de metalenguaje, ese lenguaje que no habla directamente de la realidad sino de otro lenguaje.
Así, en presente de indicativo, quién es, porque para nosotros, los que luchamos por un tiempo diferente, Marcos Ana es un referente de muerte imposible.
Tras más de dos décadas en la cárcel, a pesar de la imagen de monstruo que sobre él se había fabricado, un vecino del barrio le dijo un día a Marcos que él mismo, que nunca había estado en política, se apuntaría al partido si todos los comunistas fueran como él. Simplemente le había seguido, observado, en su trayectoria como vecino, como activista de la cercanía. Quizás Marcos no aceptó lo que podía parecer una lisonja, porque lo suyo no era una imagen comercial envasada al vacío. O quizás entendió algo sobre los nuevos liderazgos sociales. A veces lo refirió en algún acto público: la necesidad, de cara a la juventud, y a la gran mayoría, a la que igualmente se refería Blas de Otero, de apearse de pedestales y poner en el sitio adecuado los discursos políticos “normales”, que a veces recuerdan una especie de metalenguaje, ese lenguaje que no habla directamente de la realidad sino de otro lenguaje.
Y se lo jugaba todo en esa apuesta
horizontal, de llaneza y sencillez: fue muy grave, insoportablemente
injusta la persecución, las condenas, los que se quedaron en el camino,
ante un paredón o ante el horizonte vacío de un amanecer de nubes color
nácar…, pero no era posible ni un minuto de detención ante el rencor,
ante ese odio ciego que no deja ver el cambio permanente de la cosas. Y
desde el dolor de corazón, sin perdonar quizás, pero sin ningún ánimo de
venganza, repetía que valía la pena luchar, emprender el camino de la
lucha, quizás como única victoria posible, dadas las dificultades:
instalarse en la lucha, y transmitir a los adversarios de clase que no
es un asentamiento frágil ni improvisado, porque persigue una sociedad
distinta, cambiando el mundo de base.
Una de las cosas más duras que yo le he oído, aunque no lo pareciera, de tan sencillo como a su lado eran las cosas, era la idea de que él no había luchado, ni sufrido una serie de consecuencias, por una democracia como esta, la democracia amputada que padecemos.
Blas de Otero recogió su perplejidad en aquella pregunta del poema, “decidme cómo es un árbol”, que hoy canta Lucía Sócam en una canción bellísima. Supo expresar Marcos la desolación de su sufrimiento, pero no hasta el nivel de los infiernos interiores. Dos ideas que nunca dejaron de rondarlo fueron la juventud, y su fuerza constituyente, y la necesidad de explicar, y demostrar desde el ejemplo de su propia vida, que vale la pena luchar. Explicar que vale la pena luchar e injertar la idea en esa juventud extensa del mundo. Casi nada. Por eso sonaba a inocencia. Porque Marcos Ana era un inocente, creía en la lucha y creía en que la lucha por una sociedad distinta, más justa, terminaría abriéndose paso.
Y lo decía todo con voz suave, con mesura, con la firmeza simple de quien está dispuesto a cumplir las cosas que dice. Suavidad que no fue entendida por algunos, en esa frontera de los arrepentimientos de algunos. Un día le informaron de que el presidente Zapatero estaba dispuesto a presentar su autobiografía en un acto público. Y él comentó que le parecía muy bien que Zapatero se ocupara de su autobiografía, y de que estuviera dispuesto a presentarla en un acto, pero que él no estaría allí.
Quizás mi último contacto con él fue cuando escribió el prólogo a “Pasionaria, una leyenda que se podía tocar”, donde explicaba, coincidiendo con Dolores, el temblor de piernas que sentía cuando se dirigía a la gente. Y se refería también a su primer encuentro con Dolores, a la que contó su vida, como se cuentan las cosas a alguien que se ha conocido desde siempre. Qué bien sabía escuchar Pasionaria.
Ahora dicen que Marcos se ha ido para siempre. Pero este murmullo no llega a intranquilizarnos, porque Marcos no se puede ir. El tiempo o sus novedades nunca han podido con él. Ni la hierba cuando crecía. El conocía como nadie la narrativa futura del tiempo. Marcos es un dirigente de muerte imposible.
Una de las cosas más duras que yo le he oído, aunque no lo pareciera, de tan sencillo como a su lado eran las cosas, era la idea de que él no había luchado, ni sufrido una serie de consecuencias, por una democracia como esta, la democracia amputada que padecemos.
Blas de Otero recogió su perplejidad en aquella pregunta del poema, “decidme cómo es un árbol”, que hoy canta Lucía Sócam en una canción bellísima. Supo expresar Marcos la desolación de su sufrimiento, pero no hasta el nivel de los infiernos interiores. Dos ideas que nunca dejaron de rondarlo fueron la juventud, y su fuerza constituyente, y la necesidad de explicar, y demostrar desde el ejemplo de su propia vida, que vale la pena luchar. Explicar que vale la pena luchar e injertar la idea en esa juventud extensa del mundo. Casi nada. Por eso sonaba a inocencia. Porque Marcos Ana era un inocente, creía en la lucha y creía en que la lucha por una sociedad distinta, más justa, terminaría abriéndose paso.
Y lo decía todo con voz suave, con mesura, con la firmeza simple de quien está dispuesto a cumplir las cosas que dice. Suavidad que no fue entendida por algunos, en esa frontera de los arrepentimientos de algunos. Un día le informaron de que el presidente Zapatero estaba dispuesto a presentar su autobiografía en un acto público. Y él comentó que le parecía muy bien que Zapatero se ocupara de su autobiografía, y de que estuviera dispuesto a presentarla en un acto, pero que él no estaría allí.
Quizás mi último contacto con él fue cuando escribió el prólogo a “Pasionaria, una leyenda que se podía tocar”, donde explicaba, coincidiendo con Dolores, el temblor de piernas que sentía cuando se dirigía a la gente. Y se refería también a su primer encuentro con Dolores, a la que contó su vida, como se cuentan las cosas a alguien que se ha conocido desde siempre. Qué bien sabía escuchar Pasionaria.
Ahora dicen que Marcos se ha ido para siempre. Pero este murmullo no llega a intranquilizarnos, porque Marcos no se puede ir. El tiempo o sus novedades nunca han podido con él. Ni la hierba cuando crecía. El conocía como nadie la narrativa futura del tiempo. Marcos es un dirigente de muerte imposible.
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