Fuente: Edad Conteporánea.
Declarar
fraudulentas las elecciones de 1936 y al Gobierno del Frente Popular ilegal era
esencial para los propagandistas fascistas que no querían verse colocados en
una postura «revolucionaria» oponiéndose a un gobierno legal y a un régimen
establecido. Hugh Thomas, Broué y Témine, Bolloten, Catell, Malefakis, Abella,
Aróstegui, Tussell, Payne, Carr, Fusi, Juliá, Tuñón de Lara, Viñas, … , todos
ellos admiten, en cambio, la victoria republicana. Incluso el franquista Seco
Serrano, en su historia publicada en Barcelona en 1962, admite el hecho de la
victoria de la izquierda (Historia de España, tomo IV, Epoca
contemporánea, Barcelona, 1962, pp 127-128).
Los
argumentos de los franquistas no tienen fuerza alguna porque la derecha aceptó
la validez de los resultados hasta el estallido de la rebelión de Franco;
entonces se hizo necesario construir una nueva historia para justificar una
nueva situación. Catell insiste en este punto decisivo: “En los cinco meses
anteriores al comienzo de las hostilidades abiertas, la derecha apenas habló de
fraude (Communism and the Spanish Civil War, Berkeley, University
California Press, 1956). Jose Venegas insiste también en este detalle vital,
demostrando cómo el argentino monseñor Franceschi escribió el 18 de junio,
justo un mes antes de la guerra:“Todas las noticias que llegan de España
demuestran que las derechas fueron derrotadas ante todo por sus divisiones
internas, su inercia, su tardanza en resolver los problemas fundamentales
relativos a la vida económica, por la incomprensión de que dieron muestra la
mayor parte de sus dirigentes (Las elecciones del Frente Popular, Buenos
Aires, 1942, pp. 33). Pero cuando estalló la guerra civil y el portavoz de la
Iglesia católica en Argentina se vio en la necesidad de disculpar la rebelión,
cambió su historia y se justificó diciendo que había sido engañado por los
servicios de prensa (Monseñor G. J. Franceschi: En el humo del incendio,
Buenos Aires, 1938, pp. 50).
Venegas cita
también al Primer Ministro Portela Valladares, el “organizador” de las
elecciones: “Las elecciones realizadas en febrero de 1936 con todo el orden
deseado, han consagrado el triunfo del Frente Popular; tengo, para afirmarlo,
la autoridad que me da la presidencia de este Gobierno. La gestión electoral
fue reconocida por los partidos de la derecha como una legalidad de su derrota.
No puede hablarse en justicia de que se falseó el sufragio, porque ello
significaría un alegre embuste. Estoy dispuesto a afirmarlo en todo momento,
para que la conducta de cada cual quede en su lugar” (Venegas, pp. 31-32).
El
testimonio de Portela es fundamental por cuanto era el personaje clave en la
trama ideada por Alcalá Zamora. Pero esto requiere una pequeña regresión en el
tiempo para entenderlo. A lo largo de 1935 la influencia cada vez mayor de la
CEDA en el gobierno impuso la contrarreforma al ignorar o anular en gran medida
la legislación referente a las relaciones Iglesia — Estado, a las condiciones
laborales y a la reforma agraria. La izquierda no podía hacer nada, con sus
líderes en la cárcel o en exilio, salvo pedir al presidente de la República que
convocara nuevas elecciones. Pero Alcalá Zamora era reacio a disolver el
Parlamento por segunda vez porque ello podía conducirle a la destitución. Pero
a finales de 1935 filtró unas informaciones confidenciales relativas a un caso
menor de tráfico de influencias que se convertiría en el primero de los dos
escándalos de corrupción que minarían el poder de los radicales. Finalmente
Alcalá Zamora, al mismo tiempo que cerraba el paso a Gil Robles, lanzaba desde
la presidencia de la República su propio partido y daba a Portela Valladares,
con el gobierno, el decreto de disolución. Por ello es tan importante el testimonio
de Portela ya que su gobierno utilizaría todo su poder y su influencia para
formar un nuevo Partido del Centro Democrático que pudiera ganar en las
próximas elecciones.
Sin embargo,
esta maniobra fracasó y el centro quedó prácticamente apartado del juego
político. Aún a pesar de esto, Portela no dudó en declarar como legal la victoria del Frente Popular. El 19 de febrero, a Portela, asustado a los ojos de Azaña, desbordado, abandonado por los gobernadores civiles y sin ceder a las presiones de la derecha política y militar — que le demandaban la declaración del estado de guerra – no le queda más salida que la dimisión, aunque por paradojas de la historia la decisión que mas le honra es la que se ha convertido en razón de su vituperio. ¿Qué podía realmente hacer en aquella circunstancia sino exigir de Azaña que se hiciera cargo del Gobierno y que abandonara su ilusorio empeño de cumplir los plazos establecidos por la ley?. No era precisamente la ley lo que entonces regía. Le siguió Alcalá Zamora que, enemistado con la derecha y la izquierda, fue destituido, con el pretexto, legal, desde luego, aunque paradójico y absurdo, de que había procedido mal al disolver las Cortes en enero de 1936. El procedimiento jurídico lo daba el artículo 81 de la Constitución y prácticamente no hubo discusión: el 7 de abril 238 diputados (del Frente Popular y el PNV) votaron por la destitución y 5 en contra; los grupos de la derecha no estuvieron presentes. (El texto íntegro de la constitución de la II República y otras pueden consultarse en http://www.congreso.es/ )
político. Aún a pesar de esto, Portela no dudó en declarar como legal la victoria del Frente Popular. El 19 de febrero, a Portela, asustado a los ojos de Azaña, desbordado, abandonado por los gobernadores civiles y sin ceder a las presiones de la derecha política y militar — que le demandaban la declaración del estado de guerra – no le queda más salida que la dimisión, aunque por paradojas de la historia la decisión que mas le honra es la que se ha convertido en razón de su vituperio. ¿Qué podía realmente hacer en aquella circunstancia sino exigir de Azaña que se hiciera cargo del Gobierno y que abandonara su ilusorio empeño de cumplir los plazos establecidos por la ley?. No era precisamente la ley lo que entonces regía. Le siguió Alcalá Zamora que, enemistado con la derecha y la izquierda, fue destituido, con el pretexto, legal, desde luego, aunque paradójico y absurdo, de que había procedido mal al disolver las Cortes en enero de 1936. El procedimiento jurídico lo daba el artículo 81 de la Constitución y prácticamente no hubo discusión: el 7 de abril 238 diputados (del Frente Popular y el PNV) votaron por la destitución y 5 en contra; los grupos de la derecha no estuvieron presentes. (El texto íntegro de la constitución de la II República y otras pueden consultarse en http://www.congreso.es/ )
Otro de los
argumentos esgrimidos en contra de la victoria del Frente Popular fue la
desproporción entre los votos populares conseguidos por cada partido y el
número correspondiente de diputados. Esto formaba parte del sistema electoral
de aquella época, que tenía como objetivo facilitar mayorías fuertes. Si un
distrito — por ejemplo, la ciudad de Madrid — tenía diecisiete diputados, la
mayoría conseguía trece, y la minoría, cuatro, aunque hubiese pocos votos de
diferencia entre ellas. Así fue como la derecha unida ganó las elecciones de
1933, sin una mayoría nacional, contra la izquierda desunida. Ni la derecha
protestó entonces ni hizo esfuerzo alguno para cambiar este sistema durante los
dos años que estuvo en el poder.
Otra
“prueba” presentada por los franquistas para demostrar el carácter fraudulento
de las elecciones de 1936 es un documento redactado por orden de Serrano Suñer,
entonces ministro del Interior y publicado en 1939 (Dictamen de la comisión
sobre ilegitimación de poderes actuantes el 18 de julio de 1936, Madrid,
1939 y Apéndice I al Dictamen…). Este documento ataca la legalidad de
cierto número de decisiones de la comisión para las elecciones a las Cortes y
de decisiones de las mismas Cortes. Es un documento parcial que no puede
comprenderse si no es en relación con los debates parlamentarios de aquel
periodo. Cuando se comparan los dos papeles — el “dictamen” y los debates
parlamentarios — se revela la deshonestidad pusilánime del documento franquista
con toda claridad. El dictamen escrito bajo las órdenes de Serrano Suñer en
1939 acusa las elecciones celebradas en la provincia de Valencia de fraude;
pero, en las Cortes, Serrano Suñer, que era diputado, afirmó que según su
opinión las elecciones en aquella provincia se habían desarrollado en
condiciones normales (Diario de sesiones, 20 de marzo de 1936). El dictamen
recusa las elecciones en Pontevedra, donde diez escaños fueron para la
izquierda y tres para la derecha. Pero en las discusiones celebradas en las
Cortes, nadie planteó la cuestión de la validez de la izquierda, y se entabló
una lucha entre el centro y la derecha, que habían ido juntas en las elecciones
de febrero, por los tres escaños restantes. El reaccionario Suárez de Tangil,
en el curso de los debates, declaró que él no ponía reparos a los resultados de
Pontevedra, y el candidato de la CEDA, Barros de Lys, dijo: “Yo tengo que decir
que doy la elección de los candidatos del Frente Popular por legítima y que,
por consiguiente, no podría formular ninguna protesta que pudiera ir contra su
proclamación” (Diario de sesiones, 26 de marzo de 1936. El lector interesado
puede consultar en el Diario los debates sobre las elecciones en Salamanca,
Toledo, Burgos, La Coruña y otras regiones).
Cuarenta y
cinco años mas tarde el veredicto de Catell sigue teniendo vigencia: “Se puede
decir, como conclusión, que la acusación de fraude en las elecciones con la
intención de arrojar la mancha de ilegitimidad sobre el Gobierno del Frente
Popular no ha sido probada por los nacionales” (Communism and the Spanish
Civil War, Berkeley, University California Press, 1956, pp. 37)
Zaragoza a
31 de Mayo de 2001 Miguel
Moliné Escalona
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